viernes, 8 de junio de 2012

La venganza, por Cecilia Hernández

Mi sed de venganza era enorme. Había pasado ya medio año desde aquel fatídico día en que mis esperanzas cayeron al más profundo de los abismos de las esperanzas rotas.
Había jurado cobrar mi venganza a un precio bastante caro, estaba cansada de ser pisoteada por todo aquel que caminaba sobre el planeta.

Tenía meses planeando un meticuloso y casual hecho que terminara con aquellos que habían sido tan crueles conmigo. 

Todos los días me sentaba fuera del bachillerato de una terrible mujer, acechándola, aprendiendo todos sus movimientos, sus rutinas...
Ella parecía no saber de mí. Su vida llevaba la misma aburrida rutina que siempre -al igual que la mía- ; me sabía sus horarios escolares, el nombre de sus amigos y amigas, ya había visto todas las combinaciones de ropa que poseía, conocía con presición a qué hora salía de su casa. Conocía todos sus planes. De alguna manera me las apañaba para saber todo aquello.

Amanda. Su nombre era Amanda y ella era la causante de mi rabia interna, de ese fuego ardiente que quemaba mis entrañas, haciéndome escupir lava al rojo vivo en mis palabras y manchar cuadernos y hojas con sangre de mi puño.
La odiaba. Odiaba todo de ella; su corto, lacio y maltratado cabello de un corte moderno y ridículo, su horrible nariz curva en forma de gancho hacia abajo, su cara con exceso de maquillaje blanco haciéndole parecer un mimo mal pagado. Y su sonrisa... Lo que más odiaba era su sonrisa. Tenía una boca enorme, dientes chuecos y amarillentos adornados alrededor por unos delgados y pálidos labios que cubría de un labial rojo intenso que resaltaba con su maquillaje blanco excesivo.
Odiaba su manera de caminar; jorobada, pasos largos y brazos rígidos. Me perdía en ella descubriendo nuevos defectos, entibiando mi plato, mi plato de venganza, ese que se come frío, helado...
Podía pasar horas observándola, metida en una terrible ensoñación donde el mundo de la fantasía estaba poblado por las sombras de la consciencia, enturbiándome los sueños y la realidad, perdiéndome a mí misma cada vez más y más, dejando tan sólo una carcaza de cuerpo con una terrible venganza bien merecida como único objetivo. Mí objetivo.

En uno de tantos días en los que me senté fuera de su escuela cruzando la calle, detrás de las escaleras de un puente peatonal, yo la observaba salir caminando como siempre con sus despreciables e insoportables amiguitas gritonas y exageradas.
Mi mente divagó unos momentos y se vinieron a mi mente algunos pensamientos sádicos donde efectuaba mi venganza sin remordimiento alguno. Pero en cuanto regresé a la realidad me di cuenta de que ya no la veía, la había perdido de vista. Me enojé conmigo misma. "La perdiste, ¡idiota!"
Me levanté del cómodo asiento que era el piso de la acera justo detrás de las escaleras del puente y enojada dí un fuerte golpe con mi puño izquierdo a la pared más cercana que anteriormente había sido mi respaldo. Me recargué sobre esa misma pared de nuevo y con el puño punzante, desgarrado y sangrante.
Sacudí mi cabeza y recobré la cordura. Miré hacie el frente desesperanzada, pensando que la había perdido de vista y por poco suelto un grito.
Amanda bajaba las escaleras del punte, y por un fatídico segundo nuestras miradas se encontraron.

Mis latidos aumentaron, la sangre fluía ávidamente por mis venas y mis manos comenzaban a sudar y a temblar nerviosas.
Ella no pareció reconocerme, pues inmediatamente volteó hacia otro lado sin inmutarse.

Me quedé inmóvil, silenciosa, en shock. Tan sólo observé cómo se alejaba de mí acompañada de sus insoportables amiguitas. Observé cómo se alejaba de mí aquella mujer que me había robado la felicidad, el gozo, las esperanza, la ilusión, el deseo, la ambición, la vida misma.
Ese día todos los alumnos de la escuela habían salido a las 11:30 amo debido al día del estudiante. Era mi oportunidad de olvidarme de Amanda e ir a visitarlo a él...

Caminé sólo unas cuantas cuadras para llegar a su escuela,.
Él no podía verme espiándolo, él si recordaba perfectamente quién era yo y por lo que había pasado.

>>Gritos me persiguen. No logro concentrarme, su rostro aparece cada vez que mis párpados consiguen cerrarse para dar algún vago parpadeo. Ya no soporto esto. 
Mi habitación está vacía. Sólo mi alma, mi sombra y mi respiración me acompañan en este episodio de mi vida, en este cofre de secretos ocultos, recuerdos, vivencias y expreciencias.
Mi cuerpo no se contenta con haberlo perdido. Mi alma llora, mi mente solloza, mis lágrimas se derraman, la soledad también me acompaña. Su recuerdo me tortura...<<

Al llegar a su escuela me ubiqué detrás de un auto; un Sentra 98 de color tinto. El dueño se encontraba ausente.
Al parecer ese día los de esa escuela también salían temprano de clases. Tuve la esperanza de que él aún no hubiera salido. Esperaba verlo...
Siempre sonriendo con su guitarra sobre la espalda, caminando con ese estilo tan peculiar que era característico de su persona, al igual que su cabello largo y lacio  siempre alborotado por el viento, dándole aires de  un rockero sexy con su mata revoltosa.
Amaba su mirada, sus ojos de color café muy claro. Tan llenos de experiencias, diversas vivencias, dolores, alegría, todo un pasado secreto que mi mente desconocía.
Esperé alrededor de veinte minutos, perdiendo la esperanza, desanimándome, creyendo que no lo vería. El sol matutino comenzaba a quemar mi blanca y desnutrida piel. Fue entonces cuando lo ví. 
Mi corazón dio un vuelco y me oculté detrás del Sentra 98 en un rápido movimiento que me hizo sentir como un ninja japonés.
Me asomé por la ventana del copiloto del auto y observé desde lo lejos. Lo extrañaba tanto...
   
>>Ruidos extraños rodean mi habitación. Un viento de procedencia desconocida sacude de mis ventanas cerradas y empapeladas.
Escucho pasos, ahora gritos... ¡Voy a enloquecer! Si tansólo no hubiera cometido aquello, hoy estaría tranquila en mi cuarto, escribiendo cualquier otra cosa que no fuese esto. Mi alma estaría limpia, mi consciencia tranquila, mi cuerpo en calma, la casa silenciosa...<<

Cuando lo vi tuve tantas ganas de correr y abrazarlo como solía hacerlo en aquellos días donde mi felicidad parecía ser eterna y mi corazón cantaba de alegría mientras que yo reía con evidente nerviosismo ante su mirada.
Aquellos días eran la gloria. Creía que todo era posible y que él y yo siempre estaríamos juntos. "Pero las desgracias ocurren -decía mi madre -, nada perdura pasa siempre." ¡Y qué razón tenía la vieja!

>>¡BASTA! Estoy aterrada. No quiero seguir con esto, pero sento la necesidad de hacerlo. Ciertamente tengo una extraña sensación que me indica que no tengo mucho tiempo. Es extraño.
¡Ella grita, él corea! Ambos se unen en una escalofriante canción donde, entre gritos, sollozos y gemidos, cantan el final de mi existencia. Es un sonido inaudible. De alguna manera sé que sólo yo puedo escuchar esa canción donde se predice mi carencia de suerte, mi final dramático, las maldiciones y tragedias que acechan mi corto tiempo de espera a la eternidad en la condena.
¡Me vuelven loca! Quiero llorar, pero no me arrepiento. Siempre supe que mi cometido era el correcto, que nadie más sufriría debido a ellos. Sus ruegos nada lograron contra mí...<<

Mientras lo observaba a lo lejos, pude percatarme de que todo rastro de infelicidad y tristeza habían sido borrados y sustituídos por una hermosa, amplia, sencillla y sincera sonrisa.
Era  una sonrisa que sólamente tuve ocasión de ver dos veces. Una de ellas un día 10 de agosto. Glorioso como ningún otro... Paseábamos juntos por el lugar céntrico de la ciudad riendo y jugando, caminando lentamente y sin prisas a fin de disfrutar nuestro tiempo juntos. Fueron épocas verdaderamente dignas de ser revividas por la astucia del recuerdo...
Otra de las veces que tuve oportunidad de apreciar una de esas sonrisas fue en el mes de diciembre, en un bonito fin de semana.
Aún recuerdo esos fríos días de fin de año que se volvían cálidos y acogedores tan sólo con su simple presencia. Aún recuerdo sus largos abrazos tan llenos de amor, sus delicados y dulces besos que parecían perdurar la eternidad en un esbozo de alegría y cariño hacia mí, su único amor... en ese entonces cuando contemplaba mi consternado y abrumado rostro por sus besos, sumida en la belleza, en la perfección y la profundidad de sus preciosos ojos café claro.
Aún recuerdo cuando sus sonrisas se ampliaban al mencionar mi nombre y decir cuánto me quería, cuánto disfrutaba estar conmigo, que a mi lado todo era diferente y luminoso.

Si tan sólo supiera que la luminosidad se había escapado de mi vida, que mis ojos no brillaban más debido a su larga ausencia...

Me dolía saber que ya no sonreía a causa mía. Me dolía saber que yo ya no era causante de su actual felicidad, de su rostro radiante. Pero me dolía más darme cuenta de que yo ya no formaba parte de su vida. Que él sin más, fue lo suficientemente fuerte e inteligente como para olvidarme y dejarme atrás así de rápido y sencillo. Lo hacía parecer tan fácil. 
Me había apartado de él, de sus logros, de sus derrotas, sus alegrías y de sus tristezas, pero sobre todo, me había separado de su alma...

Lo odié por un momento. 
Amargas lágrimas comenzaron a agolparse en mis vidriosos y doloridos ojos, observando el pasado una vez más, agrandando la herida para revivir aquellos momentos mágicos de gozo y euforia.
Recuerdo susurrar su nombre suavemente mientras lo miraba a los ojos y acariciaba lenta y cuidadosamente su mata revoltosa de cabello. 
Aun no puedo repetirlo. ¡No puedo decir su nombre! Mi tragedia, mi agonía, mi derrota, mi desilusión, mi fracaso, mi debilidad... ¡MI TODO!

Mientras seguía con mi maraña de recuerdos y pensamientos, no me había dado cuenta que el agua comenzaba a salir incontrolablemente de mis irritados ojos. Mi llanto estaba acompañado de débiles sollozos casi inaudibles, mi respiración era agitada y comencé a ver borroso. Me había olvidado del lugar donde me encontraba.
Traté vanamente de secar mis lágrimas con las mangas de mi suéter negro. Los asquerosos fluídos de mis fosas nasales comenzaban casi a chorrear hacia mi boca como si fuera una chiquilla desesperada y llorona.
Afortunadamente guardaba un pañuelo deshechable dentro del bolsillo delantero de mi sucio pantalón.
Me limpié las lágrimas y la nariz lo mejor que pude. Odiaba llorar, era algo estúpido, me sentía tonta.
"Cuando sacas lo que llevas dentro, es mucho mejor. No te lo guardes" , decía siempre mi madre al ver que me aguantaba el llanto. Nunca me gustó contradecirle. Me parecía tan gentil, tan frágil y tan buena. Era casi como un ángel blanco y radiante, era incapaz de dañar a alguien.
Pero me estoy llendo por las ramas. Mi madre y sus célebres y sabias frases no eran el tema principal. Lo principal era (y lo sigue siendo) él. Mi tonta historia de amor ridículo que tan sólo perduró un suspiro, para luego romprese sin más ante el trabajo, la distancia, el dinero y la escuela, y no nos olvidemos de ella. Amanda....¡esa maldita!

En aquellos momentos de ensoñación profunda en los que no sabía cómo reaccionas y en los que hacía todo por inhercia, no me di cuenta de que me había vuelto audible, e incluso visible ante sus ojos. Unos momentos atrás el dueño del Sentra 98 había decidido marcharse y retirar su auto de ese lugar y me había dejado totalmente expuesta, fuera de mi escondite.
No me dí cuenta hasta que lo vi venir en dirección hacia mí.
¡Cómo lo extrañaba! ¡cómo lo quería! Mis piernas comenzaron a temblar, mis manos sudaban , mi corazón de nuevo se aceleró y mis ojos, al igual que con la despreciable de Amanda, se encontraron con los suyos. Y él me sonrió con tristeza. Seguramente yo lucía de manera ridícula y lamentable; una triste jovencita con ojos llorosos, ropa oscura y sucia con cabello alborotado y enredado con mil nudos, delgada, pálida, con ojeras que hacían juego con el par de ojos llorosos.
No supe que hacer. Fue el momento más incómodo y tenso que tuve oportunidad de vivir.

Todo aparece borroso después de eso. No logro recordar mucho. 
Tal vez fui lo bastante fuerte como para detener mi estúpido llanto; o me desplomé como una chiquilla tonta y enamorada en sus brazos, llorando, suplicándole que volviera, que no me abandonara de nuevo, que me dijera todo aquello que solía decirme, que cantara conmigo esas cancioncillas románticas que ahora sólo conseguían hacerme llorar. Quería que me abrazara y que nunca me vovlviera a soltar...
Tal vez ocurrió lo primero y me mantuve firme, seria y distante mientras que en mi interior gritaba todo aquello que sentía y anhelaba, añadiendo algunas otras cosas más que no me son gratas escribir.
Lo cierto es que no recuerdo con exactitud aquella escena, pero a mi parecer, de la manera en que haya sucedido, tengo la certeza de que fue algo dramático.
Quizá no hubo llanto y se presentó cierto grado de "madurez", o quizá, simlemente me desbordé en súplicas, humillándome en público y sobre todo, humillándome frente a él.

No recuerdo, no me gusta recordar. NO QUIERO RECORDAR.

"Dime que compartirás conmigo cada día, cada noche. Dí que me amas. Ámame, es todo lo que pido."
Esa triste y romántica canción de un musical resonaba en mis oídos, llevándome al borde de la locura, al abismo sin retorno donde se encontraba la terrible demencia, compañera de la soldedad, mi actual mejor y más fiel amiga.
Me gustaba cantar esas estrofas una y otra vez. Me gustaba mi depresión. La gozaba casi tanto como mis días a lado de mi mejor amigo y amante. ¡No puedo mencionar su nombre! Aún no. No puedo arruinar el perfecto suspenso del que se ha hecho este relato. No, señor. Aun no puedo revelar su nombre. Tal vez nunca lo haga, pero ¿qué importaba su asqueroso nombre que aún, en veces, pronuncio con tanta dulzura y anhelo? ¡Qué importa!

No ha pasado mucho tiempo, pero logro ver muy poco de aquellos días tan felices. Hay veces en las que comienzo a recordar, pero mi mente me juega una mala pasada y no sé distinguir entre la fantasía y el recuerdo de lo real. no sé qué ha sido verdadero.
He llegado a pensar en que todo fue algo muy parecido a un sueño, pero entre fotografías y escritos de cartas enteras, me doy cuenta de que fue algo que en verdad viví. ¡Y qué tiempos aquellos!
Mi sentimiento de venganza también me indicaba que todo aquello era real y aun tenía una última meta qué cumplir. Los mataría a ambos.

>>  "Lo siento, lo siento... 
Las súplicas y las disculpas comienzan a apagarse, ya no logro escuchar palabras coherentes. Tan sólo gemidos, quejas y suspiros entre llantos. Pero poco a poco se acerca el final. El final de todos.
Terminaré con sus vidas de buenas a primeras y dejaré de escuchar sus malditos lamentos y sus palabras con una ligera pincelada de dolor en el alma. ¡TE DUELE, LO SÉ! Y no me importa.
Por que después de su final, vendrá un final más importante...

Mi final...<<